Había una vez...
...un rey que reinaba en un reino de palomas. Palomas blancas, irisadas, de caza, palomas mensajeras, grises palomas, tornasoladas. Se esponjaban con sus buches llenos, venían a palacio, zureaban en los jardines, aleteaban en torno a las fuentes.
El rey era feliz con su palomar como que podía disfrutar de la variedad, dentro de la norma. Cuidaba sus palomas y éstas le respondían, con sosiego, sin estridencias, aclimatadas al nicho doméstico. Así, pasaban los tiempos.
Una mañana, herida, llegó a su ventana un Águila: Destellos azulados sacaba el sol de su negro plumaje. El orgulloso pico severo como una frente. Las patas poderosas, las alas llenas de espacios abiertos, de cumbres. Hermosa como un relámpago, aunque ahora viniera exhausta.
Salió el rey y reparó en ella:
"Paloma -dijo-
¡qué extraña eres!".
Daba vueltas al rededor y no dejaba de murmurar:
"Pero ¡qué extraña eres!".
Y, cuando se cansó de contemplar al águila, llamó a los criados. Consiguieron encerrarla: se velaba el acero bruñido de los ojos del águila. Allí la tomaron, recortaron sus alas, igualaron la gorguera del cuello, le limaron las potentes garras y, finalmente, recortaron la gloria de su pico orgulloso.
Herida ya de muerte, ensangrentada, la vino a encontrar de nuevo el rey. La miró largamente; abrió la ventana y exclamó:
"Marcha, pues, que ya te pareces más a una verdadera paloma".
Jose Luis de la Mata.